Divina de pequeña con una muñeca
Divina ha vivido entre dos países y siente apego hacia ambos, de pequeña tuvo que emigrar a Venezuela pero volvió a España. Ella ejerció multitud de profesiones y actualmente practica la agricultura más como hobby que como necesidad.
¿Cómo te llamas?
Me llamo Divina Casal Mato.
¿Dónde vives actualmente?
Actualmente vivo en el rural, en la aldea, un pueblo pequeño de la provincia de Ourense que se llama Orega.
¿Dónde naciste, cuándo, y cuántos años tienes ahora?
Yo nací en el año 1952, tengo 62 años, en otro pueblo pequeño del rural de la provincia de Pontevedra. Pertenece al ayuntamiento de Lalín y vive de la agricultura, la ganadería, que básicamente era la labor que se estaba desarrollando en aquel momento, pero a unos niveles, bueno lo lógico de hace 62 años, un poco más limitados que ahora. De hecho solo había luz en determinadas estancias de la casa, la ponían en los sitios más indispensables
¿cómo os comunicabais a larga distancia?
Por carta, era la única forma. Cuando tenían que ir, por ejemplo, a buscar un médico, iban a caballo. O a lo mejor, alguien, tenía una bicicleta, que se estaban empezando a utilizar.
Cuando yo nací no había teléfono ni televisión, lo máximo una radio, que servía para amenizarte la vida y escuchar las noticias. Pero estamos hablando de hace mucho, que es el recuerdo que yo tengo. La gente solía comunicarse a través del boca a boca, estábamos acostumbrados, nos reuníamos y hablábamos de nuestras cosas...
¿Y contribuías a las tareas de casa?
Sí, como todos los niños labriegos, realizábamos las tareas que no tenían mucha importancia e igualmente servíamos de ayuda. Por ejemplo, yo ayudaba con las vacas. Y por eso no nos considerábamos maltratados, era lo normal en una casa de campo, todos los miembros contribuían en la medida de sus posibilidades al cuidado de su hogar. Ibas a ayudar a coger una hierba, a levantar un saco... era lo más natural.
Aparte de las tareas que hacíais en el campo, ¿cómo era vuestro tiempo libre, a que jugabais?
Ah, sí jugábamos. Se jugaba mucho a pillar, al escondite, a la pelota, con muñecas...Las muñecas eran distintas de las de ahora, no las vendían en la juguetería y las hacíamos de trapo; y con eso jugábamos espléndidamente, vistiéndolas y desvistiéndolas...E íbamos a pasear, a las fiestas de los pueblos y a las ferias. Otra de las cosas que nos gustaba mucho era escuchar las historias que nos contaban los mayores. Básicamente así pasábamos el tiempo.
DDivina junto a su nieto (el propio entrevistador)
¿También ibas a la escuela?
Por supuesto, yo fui muy temprano. Era una escuela única para todos. Empecé con 6 años, teníamos un profesor bueno y cuidaba de nosotros. A los 11 consideraron que era apta para examinarme y entrar en la secundaria. Para ello fui a hacer la prueba en Pontevedra, y luego pasé a secundaria. El primer año lo hice en Lalín que era el sitio más próximo. Fue un trauma porque supuso un cambio radical. Me fui de casa a vivir con otras personas, todo nuevo... La mejor etapa fue la niñez. Luego fui a Santiago parte de la secundaria, después comenzó mi vida en la emigración
¿Qué recuerdas de tus padres?
Mis padres fueron emigrantes y cuando yo tenía 6 años se fueron a Venezuela, yo me quedé con mis abuelos y tías. A los 13 años me vinieron a buscar para llevarme con ellos a Venezuela y fue otro cambio radical en mi vida porque pasar de un lugar donde está la gente que conoces y te vas a otro país, no tienes la misma confianza con los padres porque hace mucho que no los ves, no conoces a nadie... Fui en barco, en 17 días. Fue terrible, había olas y yo me mareaba. Y allí seguí estudiando, pero con dificultades porque allí los estudios eran diferentes: otra geografía, historia...
Y me bajaron varios cursos, perdí dos años de mis estudios. En Venezuela también ayudaba en el trabajo. Mi padre era camarero, y mi madre, para cuidar de mi hermano, que había nacido allí, trabajaba cuidando de las segundas residencias de algunas personas ricas de Venezuela.
¿Y qué cambios viste entre la gente de aquí y de Venezuela?
La gente de Venezuela es buena gente. A mí en el colegio me aceptaron como algo curioso, se hartaban de hacerme preguntas. Pero después uno se daba cuenta de que no era tan fácil que te aceptaran en sus círculos, no era posible una amistad sincera. Como aquí, es difícil ser aceptado entre gente nueva. También depende del carácter, yo no era muy extrovertida y me costó integrarme.
¿Qué estudiaste después del instituto?
Mis padres estaban dispuestos a hacer un sacrificio por que yo estudiara una carrera, pero al terminar el bachillerato no quise ir así que estudié contabilidad. Hice un curso, hablé con el profesor y me consiguió el trabajo. Pero mi madre se tuvo que operar y dejé de trabajar para ayudar en casa. Cuando ella se recuperó encontré otro trabajo; en esa empresa llevábamos la contabilidad de muchos negocios, yo empecé como ayudante de contabilidad hasta que me casé. Mi esposo tenía un negocio de restauración y ya mi vida cambió, me puse a trabajar allí. Un año después nació mi primer hijo y en 3 años, mi hija. Así fue transcurriendo el tiempo, y cuando los niños ya fueron un poco mayores, decidimos volver a España, nos establecimos en Santiago. Estuvimos un año buscando cómo hacer para sobrevivir allí, fue una etapa angustiosa, y al final compramos un restaurante, era un trabajo constante. 6 años después vi que era demasiado trabajo, prefería ser empleada. Así que vendimos el negocio y mi marido tuvo que volver a Venezuela. Así que opté a camarera y trabajé en diversos establecimientos. Luego volví a Venezuela, allí me aburría acostumbrada al ajetreo de Santiago. En el edificio que estábamos construyendo había una lamparería, los dueños tenían que cerrar porque la encargada tenía que dar a luz así que me ofrecí yo. Robaron 2 o 3 veces pero nunca cuando yo estaba, aunque luego tenía que dar la cara ante los jefes.
Luego volvimos al rural en Galicia otra vez. Mi marido se puso a trabajar en los viñedos, y yo decidí montar mi propia empresa, una granja de caracoles, que luego fracasó. Todo el tiempo ha sido una lucha constante, trabajando, y te queda la satisfacción de que has conocido varias ramas laborales. Comencé en una oficina, camarera, cocinera, con la granja...
¿Y aparte de Venezuela, otros viajes?
Excepto viajes de un día a la playa aquí y en Venezuela, nada. Cuando estabas en Venezuela venías a España de vacaciones. Es el gran problema del emigrante, siempre añoras tu otra tierra. Veníamos a ver a la familia y a ver cómo estaba el mercado, a otear las oportunidades. Además, si tienes animales no puedes ausentarte mucho. Estoy esperando a jubilarme para unas vacaciones largas.
Divina de joven, en Venezuela, con plátanos y un loro
¿Cómo eran las fiestas y la religión?
Hay mucha variedad, aunque el catolicismo tenga más adeptos. Conviven todos perfectamente. Últimamente también hay muchos testigos de Jeovah. Las personas son tranquilas pero hay mucha inseguridad y delincuencia, es algo que no me explico.
¿Conocías más emigrantes españoles?
Sí, donde yo vivía, El Junquito, a 20 km de Caracas, era un pueblo de españoles. Sobretodo gallegos, portugueses y alemanes. Hacíamos reuniones en las fiestas como carnavales y navidad, aunque los alemanes no se mezclaban con los demás y eran muy cerrados.
¿Cómo conociste a tu marido?
Fue muy simple. Mi padre trabajaba de camarero y mi marido llegó a El Junquito a comprar un negocio en el cual vivimos luego. Durante la semana no se trabajaba mucho pero los fines de semana tenían que contratar trabajadores extra. Así que mi padre iba de extra los domingos. Ellos hablaban así que él supo de mi existencia, y siempre decía “A ver cuando traes a tu familia” y un día fuimos a conocer el negocio y a sus dueños, y allí estaba “el Casiano”. Empezamos a hablar y a conocernos, él venía a casa y así surgió nuestro enamoramiento.
¿Teníais un nivel de vida alto allí?
Antes de casarme no, éramos trabajadores. Luego pasamos a ser jefes al yo casarme con Casiano. Subí de estatus, como quien dice. Era un negocio que daba muchos ingresos, de hecho el primer año compramos dos coches, y fue cuando empezamos a pensar en invertir. Entonces junto a sus hermanos, en sociedad, comenzaron a construir un edificio que es el que tenemos, y ese fue el problema, todo lo que ganábamos lo invertíamos ahí. Tuvimos que empezar de cero y la construcción se comió muchísimo dinero. Él decía que este país era muy rico que con el dinero de las rentas del edificio podríamos vivir en España sin problemas. La idea no era mala pero no contábamos con que Venezuela se viniera abajo.
¿Qué te gusta más, Venezuela o España?
Tengo el corazón partido. Ahora es mejor vivir en España por la situación del país, la familia, tus raíces... Pero Venezuela es un país maravilloso, empezando por el clima que siempre es bueno y terminando por la gente.
¿Qué diferencias encuentras entre la sociedad de antes y la de ahora?
Hay un abismo, se ha avanzado muchísimo en poco tiempo. La sociedad de antes era más “enxebre” y la gente conversaba más. Ahora que tienes coche ya no te paras a hablar con nadie. Cuando yo era paqueña había muchas limitaciones, mucha gente pasándolo mal y desde luego no tenías las posibilidades culinarias de hoy en día, aunque todo era más sano. Además no tenías tantas necesidades porque no las conocías y vivías bien igual. En mi casa nunca se pasó hambre porque éramos autosuficientes. Yo no diría que la sociedad de antes era peor, aunque no teníamos lo de ahora la gente era feliz con sus fiestas y sus bailes. Ahora que tenemos tantas cosas la gente no parece tan contenta.
Divina dedicó su vida al trabajo y sus hijos, y por ahora no ha dejado de hacerlo.